viernes, 21 de marzo de 2014

Billete sólo de ida


El viernes pasado viajé al Reino Unido, cargada con dos maletas que me servirían para pasar tres meses fuera de casa para realizar las prácticas del máster en una universidad inglesa. Salí de Barcelona con un billete de sólo ida. Destinación: Birmingham. Me fui acompañada de mi pareja, en lo que prometía ser un periodo excitante para ambos: yo iba a dar clases en la universidad de Aston y él iba a aprender inglés y a buscar un trabajo temporal.
Anteriormente, yo ya había vivido en Inglaterra. Tuve la suerte de realizar un año de Erasmus en Canterbury, a una hora en tren de Londres. Canterbury la recuerdo como una ciudad encantadora. Con su espléndida e imponente catedral y sus callejuelas tradicionales y llenas de vida. Una ciudad de gente amigable y de estudiantes universitarios. Una ciudad donde puedes pasear a lo largo del río, por sus verdes parques o deambular por las calles y toparte con tiendecitas particulares o restaurantes de todo tipo. Una ciudad pequeña, de poco más de 40.000 habitantes. Sencilla, limpia y elegante. Quizá por este buen recuerdo que me quedó de mi experiencia en Inglaterra tenía yo unas expectativas muy altas de Birmingham.
Esta ciudad es la segunda más grande de Inglaterra y cuenta con más de un millón de habitantes. La mitad de la población es autónoma, la otra mitad es inmigrante. A menudo se describe la ciudad como diversa étnica y culturalmente, pues en ella viven comunidades de Afganistán, Bangladesh, Bosnia, China, Chipre, Grecia, India, Irán, Irlanda, Italia, judíos, kurdos, Latino América, Pakistán, Polonia, Somalia, Sudán, Vietnam o Yemen. Antes de llegar, me parecía interesante una ciudad así de cosmopolita y me la imaginaba llena de movimiento, de vida, de frenesí.
La primera impresión que tuve cuando llegué fue muy diferente de lo esperado. Después de salir de la estación principal de New Street, casi a medianoche, caminamos tirando de nuestras maletas por unos diez minutos hasta la universidad. En ese tiempo pudimos experimentar algunas de las cosas que la ciudad nos podía ofrecer. Para empezar, las primeras personas que oímos entre la muchedumbre que bajaba del tren fueron un grupo de chicas medio desnudas y muy bebidas que cantaban y gritaban dando tumbos por la estación. Después de recibir indicaciones de seguir la calle principal a pie hasta llegar a la universidad (donde debíamos alojarnos las primeras noches), nos fuimos fijando en la cantidad de basura que corría por el suelo movida por el aire frío de la noche. Las calles parecían vestir un traje a topos, conformado por los chicles pegados que había distribuidos casi uniformemente por el suelo. A pesar de ser viernes por la noche, no había casi nadie por la calle, no vimos ningún local abierto. Al llegar al recinto de la universidad y después de localizar el edificio donde recoger las llaves, nos dirigimos a nuestra habitación. Sólo decir que estar en la residencia universitaria parecía como entrar en la cárcel. Había que identificarse a cada paso, cruzar una verja, un patio, tres puertas de seguridad, subir dos pisos en ascensor y desbloquear nuevamente otras dos puertas para acceder a la habitación.
Voy a intentar resumir como fueron los siguientes días, porque leer todo explicado detalladamente podría ser tan cansado como escribirlo. En general, la ciudad da una idea de abandono. Las calles son sucias, las personas tristes (de hecho, he leído posteriormente en un artículo que es la ciudad del Reino Unido más deprimente), las casas que visitamos eran indescriptibles. Aun así, intentaré daros una pincelada, tampoco quiero que os deprimáis al imaginarlo: habitaciones compartidas en casas medio destruidas, sucias, donde el suelo chirriaba, donde el papel de las paredes se caía a tiras, donde el baño compartido era inaceptable, o había que compartirlo con otras 8 personas… Cocinas donde no pondría ni el pie. Y todas estas comodidades por el irrisorio precio de alrededor de 400-500€ al mes, a lo que a algunas, debido a la lejanía del centro, habría que sumarle el precio del transporte, que subía a la bonita cifra de 70€ por persona. Bueno, después de haber buscado en todas las páginas posibles de anuncios, incluso las gestionadas por la universidad, y ver que fotos atractivas resultaban ser un engaño, pues en realidad las casas eran desastrosas, no sabíamos qué hacer, pues extender nuestra estancia en la residencia universitaria nos salía por unos 900€ al mes.
Decidí que lo mejor era buscar ayuda en la universidad pues, dado que yo iba a trabajar allí, esperaba que me dieran una mano. Ante mi sorpresa no fue así. Recibí malas caras y un trato desagradable de las personas que trabajaban allí, tanto en la oficina de alojamiento, como en la biblioteca, como en la recepción del edificio principal. Me sentí bastante desanimada, pues en mi experiencia anterior en la universidad de Canterbury, las personas eran extremadamente amables y dispuestas a ayudar, y si no podían ayudarte, buscaban a la persona que podría hacerlo.
Hice un examen de la situación. Desde mi llegada, había tenido sólo malas impresiones: de la ciudad, sucia y apagada; de las casas, destrozadas y caras; de la universidad, poco acogedora y falta de amabilidad. Me di cuenta de que no me sentía a gusto. Quizá podría haberme hecho venir bien la ciudad poco atractiva, si hubiera encontrado un lugar habitable donde estar y la universidad me hubiera dado una mejor bienvenida. Quizá podría haberme acostumbrado a una casa medio destrozada si al salir a la calle me encontrara en una ciudad preciosa y estuviera a gusto en la universidad. Quizá podría haberme quedado en una universidad fea y gris si la ciudad fuera llena de color y viviera en una casa decente. Un montón de quizás.
Llegué a la siguiente conclusión: si cada uno es amo de su destino, entonces yo tenía derecho a decidir qué hacer con mi vida. Y en ese momento decidí abandonar Birmingham, porque yo sentía que Birmingham ya me había abandonado a mí. De hecho, nunca me acogió. No soy una quejica, más o menos siempre me adapto a situaciones, ambientes y personas nuevos. Esta vez decidí no dejarme arrastrar por el curso de las cosas, cambié el curso. Compré un billete sólo de ida a Barcelona y dejé Birmingham atrás. Y creo que para no volver.

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